Ante Jesús que habla desde la cruz, yo te invito no tanto a bajar la mirada hacia lo más sucio de ti mismo, cuanto a levantarla sin miedo hacia la cruz, donde el amor de Dios se nos está manifestando de forma tan apabullante, y escuchar. Así, con los ojos fijos en el Crucificado, descubriremos la realidad de nuestro pecado, pero la veremos reflejada en quien es todo misericordia. Al conocerle a él, nos descubriremos también a nosotros mismos como seres locamente amados y totalmente perdonados. Es una experiencia dolorosa y a la vez sumamente dulce, porque se trata del reconocimiento del amor de Dios en nuestras vidas, incluso cuando esas vidas se apartan de él. Cuando yo estaba pecando, Dios me estaba amando. Y me estaba ya perdonando.
Cuando miramos a la cruz, somos también mirados desde la cruz por unos ojos que, al estar en alto y ser de Dios, lo penetran absolutamente todo y hacen innecesaria cualquier palabra que pudiera brotar de nuestros labios.
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